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Tecnología y sostenibilidad: la simbiosis prometida para cumplir con la Agenda 2030

Las TIC son un aliado imprescindible a la hora de dotarnos de mejores herramientas para medir, predecir y controlar las emisiones contaminantes o los daños al entorno producidos por la actividad humana.

La simbiosis se define como aquella interacción entre distintas especies animales para beneficiarse mutuamente en su crecimiento y desarrollo. Un término que en el ámbito empresarial ha sido sustituido por el anglicismo ‘win-win’ pero que, en última instancia, no deja de significar lo mismo: conseguir que dos partes de una ecuación mejoren sus resultados, se midan como se midan, gracias a la colaboración entre ambas.

En nuestros días, una de las simbiosis más repetidas es la que atañe a la tecnología y el medioambiente. Durante décadas nos han prometido -y siguen prometiendo- que la digitalización traería consigo mejoras en la eficiencia energética de las grandes industrias, reduciría los consumos en nuestra vida cotidiana como ciudadanos y ayudaría a conseguir los no menos manidos Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.

Estas proclamas se han repetido hasta la saciedad, y razón no les falta: las TIC son un aliado imprescindible a la hora de dotarnos de mejores herramientas para medir, predecir y controlar las emisiones contaminantes o los daños al entorno producidos por la actividad humana. También es cierto que la tecnología no deja de ser un instrumento que sirve a cualquier fin, sea positivo o negativo, noble o infame. Pero confiaremos en la bondad y la responsabilidad como sociedad para que, al menos de forma intencionada, se busquen los primeros.

Pero lo que no podemos obviar es que la tecnología no es algo carente de implicaciones medioambientales. Y es que, si bien las soluciones digitales pueden ayudarnos en muchos campos de la lucha por la sostenibilidad, su propia concepción requiere de extensivos consumos energéticos y una alta disponibilidad de recursos que pueden llegar a eclipsar el resultado final de este particular sendero.

Entrenar un algoritmo avanzado de inteligencia artificial emite el equivalente a cinco coches a lo largo de toda su vida útil; reproducir videos online emite al año más CO2 que España; el bitcoin consume anualmente más energía que Argentina, y se estima que sus emisiones en 2021 podrán asociarse a alrededor de 19.000 muertes futuras; son solo algunos de los aspectos negativos.

Es el lado oscuro de esa simbiosis, el que nos obliga a poner muchos interrogantes en esa promesa inapelable de que la tecnología será la receta que nos salve de todos los males climáticos y todas las catástrofes naturales. Y aunque hemos tratado como industria de evitar esta conversación mucho más tiempo del debido, ya no hay espacio ni razón para eludir este debate.

Muchas de las grandes ‘tech’ cuentan con ambiciosos planes para reducir su huella medioambiental, principalmente apostando por el uso de energías renovables en sus centros de datos.

¿Cómo defienden entonces que son empresas comprometidas medioambientalmente y que están en ruta hacia esa ansiada neutralidad? La trampa tiene nombre propio: compensación de emisiones. En lugar de invertir en más energías renovables o buscar alternativas operativas menos contaminantes, las ‘big tech’ se han convertido en importantes actores del mercado de bonos de CO2, con los que ‘oficialmente’ pueden eliminar sus emisiones de las memorias anuales, aunque éstas sigan produciéndose. Porque el papel lo soporta todo, pero el cielo, los mares y el suelo no.

Se cuentan por décadas los años que han transcurrido desde que el planeta Tierra comenzara a aquejarse de una dolencia que sigue acechando a día de hoy. La contaminación, el consumo abusivo y desmedido, los gases de efecto invernadero y el cambio climático son solo algunos de los condicionantes que han llevado al hogar global hasta la extenuación. Por eso, resulta vital realizar un ejercicio introspectivo que nos permita descifrar las claves del desafío actual al que nos enfrentamos en materia medioambiental. Solo así, tomando conciencia, los estragos de una decadencia sostenida en el tiempo podrán ser paliados. Administraciones Públicas, instituciones oficiales, compañías y población civil deben aunar esfuerzos en torno a una problemática que lleva reclamando soluciones desde tiempos inmemoriales.

Un compromiso firme

El tándem tecnología–sostenibilidad renueva sus votos un año más haciendo frente al reto actual que invita a tomar cartas en el asunto en aras de un planeta más verde. “La sostenibilidad ambiental no puede ser responsabilidad solo de unas pocas industrias; si se quiere proteger nuestro clima, los negocios sostenibles deben ser una prioridad global”, asegura Annette Zimmermann, vicepresidenta de investigación de Gartner. “La transición a una economía neta cero será tan disruptiva como la revolución industrial o la revolución digital, y requerirá nuevas tecnologías, modelos comerciales, estrategias y procesos”. Todo ello, por supuesto, además de un considerable esfuerzo y concienciación popular.

La industria TIC, según incide Fernando Maldonado, analista principal de IDG Research, “tiene un compromiso efectivo con la sostenibilidad medioambiental”. Este, explica, “responde a presiones de accionistas, clientes, empleados y, en algunos casos, por convicción de sus propios líderes”. En el caso de las grandes tecnológicas, estos compromisos son públicos y son fijados a partir de objetivos numéricos concretos. Por ello, prestando atención a las cifras ofrecidas por el Global E-Waste Monitor, cabe mencionar que la reducción de residuos tecnológicos – alcanzó su techo en 2019 con 53,6 millones de toneladas métricas (Mt) de desechos electrónicos en todo el mundo-, la economía circular y la consolidación de la Cuarta Revolución Industrial se han convertido en focos principales a tener en consideración en la renovación de los acuerdos de las principales tech companies.  

Desafío actual

Las empresas tecnológicas son tanto parte del problema como de la solución. “Son solución porque permiten que otros negocios reduzcan su impacto medioambiental, pero también son parte del problema porque para llevar a cabo su actividad son contaminantes”. Por ejemplo, explica Maldonado, son grandes consumidores de energía en áreas como la inteligencia artificial o  blockchain o hacen un uso intensivo de tierras raras en cuanto a la materialización de dispositivos o baterías. Un concepto que hace referencia a elementos que no se encuentan por sí mismos en la naturaleza y que por tanto requieren, además de la actividad minera, un proceso industrial para separarlo de otros elementos con los que se encuentra, por lo que el impacto medioambiental es grande. He aquí, según el citado analista, el reto: “ayudar a reducir el impacto de otros negocios minimizando el suyo propio”.

Estrategias que imperan en el sector

El camino hacia un futuro neutro creará nuevas oportunidades para los proveedores de tecnología y servicios que desarrollen las tecnologías subyacentes para permitir negocios sostenibles. En este sentido, Maldonado distingue diversas estrategias “dependiendo del segmento”. No obstante, apunta, “las mejores estrategias y prácticas provienen de  los enfoques de economía circular, por ejemplo se puede diseñar un producto pensando en su reciclaje”. Además, incide en cuestiones donde la tecnología se pone al servicio del medioambiente: “encontramos aspectos más claros como la desmaterialización (ahorro en papel) o la optimización de recursos (perfeccionamiento de rutas logísticas), pero también procesos más sofisticados como la creación de un mercado eficiente para la compra de emisiones negativas (captura de CO2 en aire)”.

Por su parte, la consultora Gartner ha identificado tres tecnologías emergentes que tendrán el impacto más inmediato para la sostenibilidad ambiental: la sostenibilidad en la nube, la medición de la huella de carbono y el software de gestión de red avanzada. “Los servicios de nube pública ofrecen un gran potencial de sostenibilidad con su capacidad para centralizar las operaciones de TI y operar a escala utilizando un modelo de servicio compartido, lo que resulta en una mayor eficiencia informática”, asevera Zimmermann. “Los proveedores de la nube pública también tienen una capacidad única para invertir en capacidades de sostenibilidad, como mover los centros de datos de la nube para ubicarlos físicamente cerca de fuentes de energía renovable”. Durante los próximos tres años, los proveedores de la nube estarán bajo una presión cada vez mayor para tener una estrategia climática transparente y una hoja de ruta clara. 

Asimismo, Zimmerman considera que “el principal desafío de los operadores de redes eléctricas es administrar la variabilidad del flujo de energía y la volatilidad del perfil de energía”. En este contexto, el software avanzado de gestión de la red apoyará la transición energética al permitir que las empresas de servicios públicos de electricidad se conviertan en administradores activos de la red mientras equilibran la inestabilidad creada por los crecientes volúmenes de energía renovable intermitente”.

Sin embargo, infiere Maldonado, la clave para lograr los objetivos medioambientales dentro del sector TI reside en que “la sostenibilidad entre dentro de la estrategia de negocio de la empresa y no se trate como iniciativas aisladas e inconexas. Además, está estrategia debe tener objetivos bien definidos, claros y medibles”.

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