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Historia sobre ruedas: la evolución del transporte hacia la movilidad sostenible

De diseñar ciudades para coches al nuevo paradigma sostenible, así ha ido cambiando la movilidad urbana en apenas unas décadas.

El transporte en las ciudades ha evolucionado considerablemente durante los últimos cincuenta años. Desde el aumento exponencial de vehículos privados y la expansión de las carreteras, hasta el énfasis actual en reducir el uso de automóviles y pujar por una movilidad urbana sostenible. ¿Cómo ha cambiado nuestra forma de movernos por los espacios que habitamos?

Breve historia del desarrollo de la movilidad urbana
Cuando paseas por algunas ciudades medievales europeas regadas de calles hoy sorprendentemente estrechas, los guías turísticos te explican un dato curioso: que la unidad de medida para concebir el ancho y el alto (en ocasiones las casas se comunicaban de lado a lado de la calle a través de pasillos voladizos o contaban con arcos o puentes) era la envergadura de un hombre a caballo. Es decir, si un jinete podía extender sus brazos y no llegaba a tocar las dos paredes de la calle, la medida era correcta.

Y es que la forma en la que nos movemos ha marcado el desarrollo urbanístico, también el social y económico de la humanidad. Al final, la historia del transporte es una consecución de innovaciones y cambios estructurales que buscan maneras más rápidas de llegar más lejos.

Un buen punto de partida para explicar el desarrollo de la movilidad urbana son las redes de canales interiores que muchas ciudades comenzaron a construir en el siglo XV y que permitieron el tráfico urbano fluvial entre las diferentes zonas del municipio. Venecia, Ámsterdam, Hamburgo…

El desarrollo de un sistema de canales interiores redujo en gran medida los costes del movimiento de mercancías y estimuló el desarrollo industrial y las primeras etapas de la globalización.

De manera similar, el desarrollo de las redes ferroviarias a partir del siglo XIX estimuló aún más el desarrollo económico y permitió que un gran número de personas se desplazara de manera relativamente rápida y económica.

En el siglo XX, el vehículo a motor y la construcción de carreteras y autopistas, así como la aparición del transporte aéreo, incentivó los movimientos internacionales de pasajeros y mercancías. Sin lugar a duda, el crecimiento explosivo de los vehículos de motor en los países desarrollados ha tenido un papel indiscutible en el diseño y funcionamiento de las urbes. Una influencia tal que llegó hasta el punto en el que parecía que los coches estaban antes que las personas. Por suerte, la movilidad urbana sostenible puja por un nuevo paradigma.

Una movilidad urbana centrada en los automóviles
Las primeras etapas del crecimiento económico urbano trajeron consigo un mayor poder adquisitivo por parte de las familias. En muchas ciudades occidentales, los automóviles empezaron a proliferar por las calles. El aumento del tráfico de vehículos motorizados obligó a las instituciones públicas a tomar medidas: tenían que preparar las ciudades para los coches.

¿En qué se traduce esto? Gran parte del suelo urbano disponible se dedicó a construir carreteras, estacionamientos, etc. Durante este proceso, se redujo la inversión en transporte público.

En Londres, por ejemplo, se eliminó el extenso sistema de tranvías para proporcionar más capacidad para los vehículos de motor. Es decir, se impulsan políticas que favorecen el uso del automóvil sobre modos de movilidad urbana más sostenible.

Siguiendo con el ejemplo de Londres, para hacer frente a la gran presencia de coches en la ciudad, se propuso la creación de una extensa red de autopistas urbanas dentro de la capital. Un plan que nunca pudo llevarse a cabo. La construcción de la primera sección de una de las autopistas provocó una protesta pública tal que la administración conservadora en el Greater London Council fue expulsada en 1973. El nuevo gobierno municipal prometió poner fin a la construcción de grandes autopistas en Londres, bajo el lema ‘hogares antes que carreteras’.

Además, las consecuencias del aumento del uso del automóvil comienzan a ser evidentes, no solo en términos de creciente congestión del tráfico, sino también a través de sus efectos sobre la contaminación del aire, los accidentes de tráfico y, por supuesto, las preocupaciones sobre las emisiones de CO₂.

De los vehículos privados a las personas
Para hacer frente a los problemas del aumento de la concentración de vehículos a motor en las ciudades, comenzó a ponerse el foco sobre cuál era la mejor forma para moverse. La solución más obvia era fomentar el uso de los sistemas públicos de transporte. Dado que los autobuses, tranvías, trenes y metros utilizan el limitado espacio urbano disponible de manera mucho más eficiente que los automóviles privados, pueden acomodar un número mucho mayor de personas por viaje.

La solución era incentivar formas de movilidad urbanas más sostenible para alentar a los ciudadanos a utilizar menos sus propios coches. Una medida que ayuda a mejorar tanto el tráfico como la salud de las ciudades.

Este cambio de perspectiva generalmente ha ido acompañado de crecientes restricciones en el uso del automóvil: controles de estacionamiento en los centros urbanos, restricciones de acceso para contrarrestar los altos niveles de contaminación del aire, etc.

Una movilidad urbana sostenible basada en la calidad de vida de los ciudadanos
En esta tercera etapa, el desarrollo de la movilidad urbana sostenible da un paso más y se plantea preguntas como: «¿Es realmente necesario tu viaje?». El debate se centra en los objetivos fundamentales de las políticas de transporte. Las personas se mueven constantemente por la ciudad para acceder a bienes y servicios, pero ¿y si esos bienes y servicios fueran más accesibles y no necesitásemos desplazarnos para adquirirlos?

París ya es conocida por su modelo de ciudad en 15 minutos. Bajo este sistema se reducen los espacios para los coches y se reestructura el modelo de transportes, porque los bienes de primera necesidad están en un ratio de no más de 5 o 6 kilómetros.

Las personas pueden ir caminando al colegio, al trabajo, tiene la sanidad cerca de ellos, el supermercado o la biblioteca. Son ciudades centradas y basadas en modelos sostenibles y sociales, que devuelven la vida a ese concepto de lo «local». Lugares pensados para estar, no para transitar sin más.

La reducción de los transportes, ya sean propios o públicos, contribuye también a una disminución importante de la contaminación acústica y la reducción de gases de efecto invernadero y CO₂. Por lo tanto, pujar por una movilidad urbana sostenible supone impulsar también la lucha contra el cambio climático.

Fuente: https://www.sciencedirect.com/science/article/

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