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Las cero emisiones requieren de una “revolución industrial verde”

La COP26 ha sido el encuentro clave para mantener vigente la ambición de limitar a 1,5ºC el calentamiento global hasta final de siglo.

La 26ª Cumbre por el Clima (COP26), celebrada en Glasgow (Escocia), ha sido el encuentro clave para mantener vigente la ambición de limitar a 1,5ºC el calentamiento global hasta final de siglo, a pesar de que en el ambiente se ha podido notar el escepticismo respecto a las posibilidades reales de lograrlo. En este sentido, se han puesto sobre la mesa dos factores clave: el primero, que ya hemos alcanzado un incremento de 1,2ºC en la temperatura global en 2021; el segundo, el informe publicado por Naciones Unidas a finales del mes de octubre, que alerta de que vamos camino de un calentamiento de 2,7ºC.

El Acuerdo de París, resultado de la COP21 celebrada en 2015, obliga a que los países comuniquen su Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC), que es el corazón de este pacto y que muestra la ambición y el camino que cada país seguirá para cumplir con esa meta. Este pacto ha sido ratificado hasta por 196 estados -incluyendo alguna salida y reentrada, como el caso de Estados Unidos-. Países como la India, que no había mostrado sus NDC hasta esta cumbre, ha afirmado que alcanzará la neutralidad en emisiones en 2070 y que recortará, a corto plazo, un 45% la generación de energía con carbón.

Cada país y región del mundo va presentando ante sus propios ciudadanos los compromisos, estrategias y planes para mitigar el impacto en el cambio climático, con menores emisiones en generación de energía, mejores técnicas en agricultura, en ganadería, transporte. Pero no es hasta las Conferencias de las Partes (COP), que se examinan ante el resto de los países. Y, para preocupación de la ciudadanía mundial, el balance general es que ese examen no ha sido aprobado y son muchas las asignaturas pendientes.

Frente a esta valoración de los logros a nivel político, si en la COP26 se ha visto a alguien activo es al sector empresarial. Son multitud los acuerdos e iniciativas de distintos sectores para avanzar en la descarbonización de la economía, asumiendo su responsabilidad y el impulso por modelos que permitan actuar ante la alarmante previsión de la ONU. En Glasgow han participado desde industrias imprescindibles en la transición -como energéticas, transporte o minería-, hasta el mundo financiero e inversor, muchos de los cuales estaban ausentes en este tipo de encuentros hace apenas unos años.

Y es que, a pesar de la sensación de alerta y de urgencia, con la firma del Acuerdo de París en 2015, hemos avanzado en ciertos aspectos. Existe un consenso generalizado en que alcanzar los objetivos de emisiones netas cero en el año 2050 implica una ‘revolución industrial verde’, en la que descarbonicemos prácticamente toda la economía física: cómo producimos, cómo generamos electricidad, cómo nos desplazamos, cómo cultivamos alimentos y cómo climatizamos nuestros hogares. El planeta ya cuenta con algunas de las herramientas para abordar ese cambio, pero necesitamos una gran cantidad de nuevas soluciones e inventos.

Un gran cambio es que la innovación en energía limpia está más arriba en las prioridades de la agenda de lo que estuvo nunca. La transición hacia un sistema basado en las energías renovables avanza firme y hemos asistido a una aceleración en los objetivos de su aportación al mix global. A este impulso están contribuyendo tanto las estrategias y políticas globales y nacionales, como la creciente implicación de empresas y ciudadanía, con modelos de producción descentralizada y de proximidad.

Un claro ejemplo es el empuje que está teniendo en toda Europa la figura de comunidades energéticas renovables, construidas sobre la base de la cooperación entre agentes públicos, privados y ciudadanía y considerada por la Comisión Europea como clave para lograr la transición energética. España está apostando claramente por el desarrollo de este modelo y, a falta de un marco común nacional, comunidades autónomas, como la Comunitat Valenciana, están siendo pioneras y liderando su desarrollo -con ejemplos de éxito, como los desarrollados por Sapiens Energía o Enercoop-.

En el sector del transporte se han establecido acuerdos por grupos de países y fabricantes para actuar sobre la eliminación de la venta de coches de combustión a partir del 2035 y, en el sector marítimo, se han firmado acuerdos que presionan para conseguir la neutralidad de emisiones en el año 2050 -a pesar de no existir ni siquiera aún tecnología comercial de buques que pueda lograrlo- y para conseguir a corto plazo un 5% de navegación neutra en carbono o la creación de corredores de navegación con emisiones cero para finales de esta década. Es importante, ante estos retos, haber empezado ya a actuar en reducción, como ha hecho Baleària desde años atrás con la incorporación de un combustible alternativo de transición, como el gas natural, y una reducción importante de emisiones, que le han llevado a ser la única naviera en Mediterráneo que dispone de ocho buques -y un noveno en camino- que pueden navegar con este combustible.

Otro gran avance es la concienciación de que los objetivos que se plantean en la lucha contra el cambio climático son globales y también deben de serlo las estrategias para conseguirlos. En este sentido, una herramienta importante en la COP es el fondo de financiación del grupo de los países más avanzados para que los que no van algo rezagados tengan acceso a los recursos y a la tecnología necesaria para avanzar en esa transformación de sus sistemas económicos y en sus objetivos de reducción de emisiones.

Se está negociando una aportación anual a este fondo de 100.000 millones de dólares a partir de 2023. De otra forma, algunos países con menores recursos quedarían atrás y no tendrían ninguna herramienta para dejar de quemar carbón y continuar con incrementos anuales de dos dígitos en sus emisiones… algo que recordemos que los estados más ricos hemos hecho en el pasado, para poder crecer y que ha provocado que, en la actualidad, emitamos más CO2 per cápita. A España le toca un papel importante, porque la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica del Gobierno, Teresa Ribera, ha sido nombrada como una de las dos facilitadoras en las negociaciones en esta cumbre.

La peor tragedia del aumento de las temperaturas es que los mayores impactos negativos afectarán a los territorios y las personas que menos han contribuido a causarlos. Y, si no llevamos a la práctica esa estrategia global, el mundo perderá no solo el combate contra el cambio climático, sino, también, la lucha contra la pobreza extrema.

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